miércoles, 30 de enero de 2013

Un desierto en la Alcarria


Antonio Herrera Casado, Angel Luis Toledo Ibarra: Eldesierto de Bolarque. Aache Ediciones, 2ª edición, 1992. Colección “Tierra deGuadalajara” nº 7. 96 páginas. Ilustraciones a color. Mapas. PVP: 6 Euros.

La palabra desierto, que hoy hace referencia a un espacio geográfico en el que no llueve y en su superficie no hay vegetación, ni fauna, y se tiene por lugar incómodo para la vida, hace siglos que tenía otros significados. Concretamente, la Orden religiosa del Carmelo nombró así a los conventos que tras la Reforma de Santa Teresa en España se crearon para que sus habitantes estuvieran en un retiro absoluto, lejos de todo rastro de vida, perdidos en geografías lejanas y solitarias. En las que, sin embargo, podía llover mucho y ser lugares muy agradables para la vida.
De estos “desiertos” que el Carmelo creó por España, hoy se mantienen vivos algunos, como el de las Batuecas, en la Extremadura, y el de las Palmas, en la costa castellonense de Benicassim. Pero otros muchos que se crearon entonces, en el último cuarto del siglo XVI, desaparecieron o quedaron tan arruinados que son simplemente objeto de admiración y curiosidad.
Uno de esos “desiertos carmelitanos” fue fundado en la orilla derecha del río Tajo, en término municipal de Pastrana, aguas arriba de la angostura de Bolarque, en un espacio que era bosque cerrado, de pinos y robles, muy empinada la ladera, con el río al fondo, y en donde se construyeron diversas edificaciones, entre ellas el gran convento, con iglesia, claustro, refectorio, etc, y muchas ermitas individuales desperdigadas por la montaña.
A ese desierto de Bolarque, “yermo de carmelitas descalzos”, llegaron muchos monjes entusiasmados con la idea de retirarse del mundo y dedicarse a la oración y la penitencia aislados de todo en una naturaleza salvaje. Recibió ayudas de la monarquía, de diversos nobles, de la propia Orden, y aunque la llegada era (y sigue siendo) muy difícil, contó con la visita en el primer tercio del siglo XVII del propio rey de España, el tercer Felipe, que se admiró de esta construcción y de este sitio. Un rey muy viajero y muy intrépido, sin duda.
Poblado, vivo, dinámico y reconocido como lugar santo donde los hubiera, el desierto de Bolarque permaneció en pie hasta los años de la Desamortización, en 1836, cuando quedó confiscado, expulsados sus frailes, y vacío y olvidado todo, hasta hoy. Así, quien se atreva a llegar (se hace muy bien por agua, a través de la superficie del pantano de Bolarque, desde el embarcadero de Almonacid) podrá contemplar un espectáculo único: entre la densa proliferación del pinar aparecen a medio derruir numerosas ermitas, algunas grandes y con detalles artísticos, así como el convento primitivo, del que queda en pie la iglesia, el claustro, bodegas, enormes edificios, todo ello devorado por la naturaleza, hasta el punto de que entre sus piedras se retuercen e incrustan las raíces de grandes árboles.
Los autores de este libro reflejan al detalle la curiosa historia completa de esta institución, de los personajes que la habitaron, de los milagros que vivieron. Y describen sus restos, haciendo recomposición ideal de los edificios, las ermitas, el convento, etc. Dan también señal de cómo llegar, por agua o por tierra, desde Sayatón, o desde la presa de Bolarque, pero en cualquier caso es esta publicación una guía idónea para conocer un sitio de especial belleza y cuajado de evocaciones milenarias.

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