miércoles, 20 de febrero de 2013

Toponimia: nombres de pueblos


José Antonio Ranz Yubero: “Diccionario de Toponimia de Guadalajara”. Aache Ediciones. Guadalajara, 2007. Colección “Scripta Academiae” nº 13. 224 páginas. ISBN 978-84-96236-97-4

Escrito por José Antonio Ranz Yubero (Riosalido, 1965), licenciado en Filología Hispánica, y uno de los mayores estudiosos de la provincia en estos momentos, este “Diccionario de Toponimia de Guadalajara” ha sido editado por AACHE e incluido como número 13 en su colección “Scripta Academiae”. Tiene 222 páginas y ningún grabado, porque lo que interesa es la guía sabia que (a una media de dos pueblos por página) nos ofrece el significado de cada lugar, de cada pueblo habitado o ya deshabitado, y las razones científicas en que se fundamenta la opinión del experto. 
Todos los nombres conocidos (desde la Guadalajara capitalina hasta la medieval Atienza, pasando por los clásicos Molina, Sigüenza y Cifuentes) hasta los de despoblados como Cívica, los Heros y Cirueches están representados en sus páginas.

Datos y autores

El autor, José Antonio Ranz Yubero, y el prologuista, José Ramón López de los Mozos, hicieron el día de su presentación de maestros en la ceremonia de este bautismo bibliográfico, que ahora nos pone más fácil saber de significados, de orígenes, de derivaciones y curiosos cambios de forma. Un Diccionario de Toponimia, como el que acaba de aparecer, se va a constituir en libro de cabecera para muchos. Sobre todo, para los que viajan y escudriñan nuestra tierra. 
Es la toponimia una ciencia que tiene más de filológica que de histórica, pero que viene de un cauce para ayudar en el otro, y así lo que tendría su basamenta en la ciencia de las palabras, se convierte en llave para desentrañar el inicio de un saber histórico sobre un pueblo. 
En los más de 430 pueblos que, al menos con nombre, tiene nuestra provincia, el apelativo es lo primero con que nos encontramos, normalmente escrito sobre una placa al ver las primeras casas de la aldea. Y en esos cuatro centenares largos de nombres surgen historias, anécdotas y sorpresas por un tubo. Muchas curiosidades y asombros que nos permiten saber un poco más, tener las ideas más claras en cuanto a estas breves sílabas que concentran toda una historia, todo un devenir de siglos. 

Nombres cortos y nombres largos 

Puestos a brujulear por las páginas de este diccionario, nos encontramos de pronto con el nombre más corto de los pueblos provinciales. Me refiero a Quer. Aunque hay algunos otros que también tiene solo cuatro letras (Imón, por ejemplo. Oter también, Ures aún, y Yela), pero Quer es el que tiene sus cuatro letras formando una sola sílaba, lo que le constituye en el más breve de los topónimos provinciales. Entre los más largos (y por lo tanto más sonoros, y más bellos) estaría el de Torre de Valdealmendras, que en algunos sitios aparecen sumadas sus sílabas en una sola palabra. O el de Villaescusa de Palositos, Torrecuadrada de los Valles, o Hiendelaencina, con sus catorce letras seguidas. 
El significado de Quer parece que está en su origen celta (y por ende vasco) de camino pedregoso, car/carrio, que daría Quer, y que es una raiz primitiva que hoy usa nuestra comarca entera, la Alcarria que significa “el camino pedregoso”, habiéndose quedado en nombres comunes, para designar una alcarria como un terreno alto y plano donde se cultiva el cereal, entre pedruscos siempre, y en muchos topónimos superlocales, como los “carralafuente”, “carradelval” y otras muchas desinencias “carris…” que siempre significan lo mismo: el camino pedregoso que va hacia… 

Mucha agua por la Alcarria 

La mayoría de los nombres de pueblos aluden a una razón geográfica. Los lugares surgidos durante la repoblación de la Edad Media (siglos XII y XIII) recibieron sus nombres en función del lugar que ocupaban, con apelativos de origen castellano adulterados luego con el paso del tiempo. Muchos, también siguieron usando sus nombres anteriores, creados por los propios celtíberos (Luzón, Luzaga, Sigüenza) o derivados del árabe (Guadalajara, de la Wad-al-Hayara andalusí, Almonacid, Azuqueca, etc.). Otros, en fin, derivaron muy claramente del euskera que usaban sus primitivos habitadores, en tan remota época, viajeros y pastores por toda la península ibérica (Chiloeches –la casa de piedra-; Orche, -la casa de arriba-; Escariche –la casa de labor-; Aranzueque –el lugar de los espinos-). Y muy pocos recibieron su nombre por razones históricas, de algún hecho concreto (Gascueña sería repoblada de gascones), o por su primer señor y dueño (Valdenuño Fernández, Mohernando), etc. 
Pero los que se llevan la palma en cuanto a frecuencia, con mucho, son los topónimos relacionados con el agua. Es obvio que todos los que empiezan por “Font” tienen nacimiento en alguna fuente en torno a la que se elevó el lugar. Y así, adornadas de elementos varios, surgen las fuentes de Fontanar, Fuentenovilla, Fuentelencina, Fuentelahiguera, Fuembellida, Fuentelviejo, o el simple y contundente Fuentes de la Alcarria. 
Pero Ranz Yubero, que es analista meticuloso de todos los nombres de nuestra tierra, aporta en esta obra los verdaderos significados de nombres arcanos. Y así nos dice que todos los que se inician por “Ye” tiene referencia al agua, significando “arroyo, fuente o manadero de agua” todos los pueblos que en la cumbre del diccionario se alzan bellos y verdes: Yela, en la altura alcarreña; Yebra en los yesares que escoltan al Tajo; Yebes, suspendido sobre el último valle que baja al Tajuña, o los Yélamos (el de Arriba y el de Abajo) que en el valle cuajado de nogales de San Andrés del Rey nos depara los mejores paseos por la tierra sencilla y silenciosa de Alcarria. 

Tres nombres misteriosos y sonoros 

Para acabar esta glosa de apelativos provinciales, traidos y ordenados en imponente rimero a través del libro de Ranz Yubero, quiero decir los nombres de tres pueblos que son, hoy, cumbre del románico provincial, y siempre hilvanados con el mismo hilo viajero hacia la Sierra de Pela y los confines con Soria. 
El primero de ellos es Albendiego, donde está la ermita de Santa Coloma, y para el que el filólogo Ranz aporta significado de “el barranco” por tenerlo muy cerca, casi encima, y heredar su topónimo de la voz árabe “jandaq” luego devenida en “alhandega”, si bien no descarta que pueda derivar esta curiosa palabra (que el listillo de turno ya habría desentrañado como “el hijo de Diego”) de la raíz “Albh” significando por tanto, en clave celta, la fuente blanca, o la fuente alba. 
El segundo es Campisábalos, para el que también se han dado, popularmente, curiosas explicaciones en un sentido casi chistoso de que se situó esta aldea en un lugar donde había habido una batalla con muchos muertos, y los perros pasaban sobre ellos pisándolos, de ahí el “can pisábalos”. La cosa no es tan graciosa, ni tan simple: evidentemente el nombre hace alusión a “campo” pero el complemento es ya más complicado, pues podría derivar de “sábalos” unos peces que ascienden por los ríos a desovar en aguas frías, o de “sabalera”, una construcción de adobes y ladrillos destinada a almacenar leña, y que podría haber dado en tiempos remotos, origen a este nombre tan misterioso. 
El tercero es Villacadima, el último de los pueblos románicos de Guadalajara. Una mezcla de castellano y árabe nos daría, sencillamente, el equivalente a “Villavieja” porque villa está claro, y cadima significa “vieja” en árabe, puesto como justificación de haber encontrado en su espacio una ruinosa y antigua ciudad visigótica. Para otros significaría “Villa de la fuente” porque el Cadima derivaría de “Catinum” que significa fuente, o manantial. 
En todo caso, el agua siempre elemento vital y fundamental, clave de los asentamientos, de los nacimientos de pueblos, y de sus nombres. Recorrer las páginas de este “Diccionario de Toponimia” es ponerte a andar por los primeros tiempos, por los primeros caminos de nuestra tierra, encontrando justificación cabal y realista a esos nombres que surgieron de cosas que se veían, que se usaban, que eran imprescindibles para la vida.

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