martes, 26 de noviembre de 2013

Castillos del Reino de Toledo

Palacios Ontalva, J. Santiago: “Fortalezas y poder político. Castillos del Reino de Toledo”. Aache Ediciones. Colección “Tierra de Castilla la Mancha” nº 8. Guadalajara, 2008. 432 páginas. Ilustraciones. ISBN 84-96885-31-8. 25 Euros.

El autor de esta obra es el conocido investigador del mundo de los castillos medievales y sus funciones sociopolíticas, Santiago Palacios, profesor en la Universidad Autónoma de Madrid y buen conocedor de la Orden de Santiago. Sobre ella publicó en 2006 “Fortalezas santiaguistas: la Orden en la ribera del Tajo (siglos XII-XVI)”, en que da cuenta de las situadas entre el Tajuña y el Tajo, rayanas algunas con la actual Guadalajara. Este nuevo libro corresponde al periodo histórico comprendido desde el siglo IX hasta la mitad del XIII, y es una refundición de su tesis doctoral, que recibió en la U.A.M. la máxima calificación en septiembre de 2004. La obra cuenta con unos amplios recursos gráficos de mapas, gráficos e ilustraciones en blanco y negro.
El denso texto es una lectura adecuada para conocedores del tema que deseen profundizar más en la evolución de las fortificaciones de Castilla-La Mancha desde el califato hasta cuando la frontera se alejó tras la conquista del valle del Guadalquivir. Muestra su evolución en un conjunto de territorios históricos que ahora se hallan divididos en las Comunidades de Madrid y Castilla-La Mancha, más algunas zonas fronterizas, como Plasencia (Cáceres) o Medinaceli (Soria).
En la Historia se señala el papel de los castillos y torres como protectores de la red viaria, especialmente en puntos estratégicos de paso de cordilleras o de ríos. Así que el estudio de la red de castillos vino de la mano del estudio de la caminería, modelada a su vez por la red orográfica e hidrográfica de la Submeseta Sur. En cuanto a Guadalajara el autor menciona el puerto cercano a Galve de Sorbe hacia Ayllón (Segovia), los de Somosierra y Navacerrada (Madrid), hacia los que se dirigían los caminantes desde los valles del Henares, Bornova, Sorbe y Jarama, y el camino hacia Zaragoza, que pasaba custodiado entre Medinaceli y Arcos de Jalón (Soria). Al este de Galve, otro camino pasaba hacia el norte custodiado desde Atienza. Atendiendo a los ríos, los puentes en Guadalajara, Murel (junto a Carrascosa de Tajo) y Zorita son los más importantes, entre los más antiguos, bien entendido que en Madrid compitió en importancia con ellos el paso que hubo primero en Alarilla y, luego, en Fuentidueña de Tajo. Como todos saben, las localidades mencionadas tienen elementos fortificados, a los que se unen los de otras como Uceda, Inesque, Alcorlo, Beleña o Peñahora, al norte del Henares.
El sistema establecido en el califato lo formaron las Medinas (ciudades como Guadalajara o Zorita), Hisn (grandes fortalezas, como lo que menciona las fuentes árabes que hubo en Sopetrán), Qala (castillos, convirtiéndose al-qala en los topónimos Alcalá y Alcolea), bury (torre, que dio lugar a los topónimos Bujarralbal, Bujalaro y Bujalcayado) y Qasr (parador fortificado, dio lugar al topónimo Alcocer, pero también a Casar y Casares). Estructuras menores eran las qubba (cúpula, que dio lugar a Alcubilla o Cubillo). Los nombres citados corresponden a los mencionados por Palacios Ontalva a partir de las fuentes musulmanas contemporáneas.
La organización del reino de Toledo, de fronteras variables hasta el siglo XIII fue vertebrada usando las fortalezas como soporte de buena parte de las iniciativas repobladoras. El castillo y su término formaron una unidad defensiva y económica para facilitar la colonización del territorio. Además, la tenencia de los castillos (siempre propiedad del rey por “ley natural”) fueron parte de los honores o beneficios concedidos a los nobles mediante pacto feudal, formando parte del entramado de los vínculos feudales y vasalláticos. Sobre la “red castral preexistente” el monarca logró la pacificación y estabilización de las ganancias territoriales logradas mediante su entrega feudal a nobles u obispos.
Entre los castillos encomendados a la nobleza en algún momento, el autor encuentra mencionados los de Zorita, Almonacid de Zorita, Guadalajara, Hita, Anguix y Moratilla. Bajo señorío de la iglesia estaban las “Peñas Alcatenas” (Viana de Mondejar), Peralveche, Pareja, Uceda, Riba de Santiuste, Séñigo, Aragosa, Peregrina y Sigüenza. La Orden de Calatrava poseyó Zorita, Almoguera, Moratilla, Anguix y Cogolludo, la de San Juan tuvo a Peñalver (Alhóndiga era villa amurallada) y la de Santiago quedó, lo más cerca, en la Alcarria madrileña. Recordemos que el autor llega en su estudio sólo hasta la mitad del siglo XIII, por lo que el lector puede echar de menos a Alcocer o Cifuentes. Asimismo, Molina de Aragón entonces era un señorío independiente del reino de Toledo, al menos formalmente.
Concluye el autor que, junto a las funciones habitualmente atribuidas a la arquitectura militar de vigilancia y control de la red viaria, el estudio de los castillos del reino de Toledo muestra un aspecto económico y fiscal. El libro concluye con una abundante y excelente bibliografía hasta 2004.


J.L.G.de P.

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