jueves, 25 de agosto de 2016

Archilla, una historia sencilla y entrañable


Aurelio García López: “Historia de Archilla”. Aache Ediciones. Guadalajara, 2011. Colección “Tierra de Guadalajara” nº 78. 272 páginas. PVP: 20 €.


En Archilla ha habido, como en botica, de todo un poco. Ya se sabe: restos arqueológicos de los que todos hablan pero nada en concreto se ha estudiado. Edad Media remota y problemática en la que apenas si se sabe que hubo epidemias y de vez en cuando la población se diezmaba. Y época renacentista en la que todo pareció resurgir. 

La obra de Aurelio García López ofrece nuevos y curiosos datos sobre Archilla, que fue lugar en sus tiempos, del alfoz de Guadalajara primero, del arzobispado de Toledo después, y del señorío familiar de los Dávalos durante los siglos medios. 

De estos señores, el autor proporciona abundantes y curiosos datos. Hacia 1578, el rey Felipe II fue autorizado por la Santa Sede para segregar de la mitra toledana varias villas y lugares: Archilla pasó a la corona, y ésta la enajenó, con título de señorío, a don Juan Hurtado, vecino de Guadalajara. A finales del siglo XVI, en 1595, pasó el señorío a manos de don Francisco Dávalos y Sotomayor, propietario del palacio de su nombre que hoy en Guadalajara sirve de sede a la Biblioteca Pública Provincial. En ese familia permaneció la villa durante muchos años, hasta que a mediados del siglo XVIII, por casamientos de sus herederas cayó en las manos de los Velandía, marqueses de Tejada, y luego en los de Torrejón, hasta que llegó a comienzos del siglo XIX el tiempo nuevo de la desaparición de los señoríos, y Archilla cobró vida como municipio constitucional. 

García López, en su búsqueda permanente de datos, ha navegado por los archivos de la parroquia, de la Diputación, de las diversas bibliotecas especializadas, y ha llegado a la raiz de las noticias, que es la propia gente. Al menos, en lo que se refiere a las tradiciones y las fiestas populares. Y así encuentra muchas letras de canciones, de rondas sobre todo, y de jotas también, que se han cantado en Archilla con motivo de sus celebraciones. 

En el libro, que se ameniza además con muchas fotografías antiguas, surge con fuerza la memoria de la Ronda, un elemento consustancial al pueblo, cuerpo de muchos cuerpos, que han ido formándola a lo largo de decenios. De tal manera, que ha quedado una placa en su memoria, puesta también por la Asociación de Amigos, y desde luego la vitalidad propia de seguir sonando cada año en sus momentos claves. Son letras divertidas, y auténticamente populares. A todo ello se añaden los versos de Francisco Castillo Gálvez y de José Cascajero, dedicados a esta villa en diversos momentos. 

Pero en esta obra aparecen también, por primera vez reproducidos, elementos en imágenes del patrimonio de Archilla. De una parte, edificios que hubieran pasado desapercibidos si no se hace este estudio. De otra, piezas de la orfebrería, los retablos y el arte sacro que forma en el arqueo minucioso de la provincia. 

Así descubrimos algunas de las casas que, aunque hoy muy transformadas, fueron sede de las familias de cierto postín o poderío en esta tierra de general humilde. La casa de los Pérez, la de los Medrano, y la de los Bedoya relucen ahora con el mérito de los años, con sus piedras bien labradas, sus arcos solemnes de adoveladas sillerías, y hasta con algún que otro escudo que reverdece blasones antiguos. La gran casa señorial de los marqueses de Torrejón fue derribada hacia 1930, cuando se levantaron frente a ella las nuevas escuelas. 

La iglesia no puede ofrecer ni arte ni veteranía, porque en la Guerra Civil quedó hecha polvo, y aunque se muestran imágenes de cómo era su espadaña, claramente de raíz románica, a principios del siglo XX, y los añadidos que la aumentaron de volumen, sin embargo fue reedificada en la Paz y ahora es noble edificio de cultos con sus imágenes nuevas y sus lucidísimas pinturas de los Cuatro Evangelistas en las enjutas de la bóveda central, regalo que hizo hace tres años el gran pintor afincado entre nosotros, don Ricardo Sánchez-Pardo y Roldán, quien en Archilla dejó mostrado su exquisito arte compositivo.
Vemos la cruz antigua, y vemos los retablos que fueron, y las imágenes que los han sustituido: San Román y San Roque por todas partes, como patronos de sus fiestas y de sus gentes, como referentes celestes de tantas celebraciones y alegrías. 

También a los personajes ilustres de Archilla dedica el autor de este libro algunas páginas. Muy en especial a don Pedro Castillo Gálvez, que consagró a niveles de ancestralismo esa profesión de maestro que, junto a las de cura y médico, son las esenciales de los seres humanos.

A.H.C.

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