viernes, 26 de agosto de 2016

El castillo de Torija

Jesús Sánchez López: “El castillo de Torija”. Aache Ediciones. Colección “Tierra de Guadalajara” nº 48. Guadalajara, 2004. Edición en formato PDF sobre CD incluido en carpeta plástica. PVP: 4,90 €.

Escrito por el párroco de la villa, que es al mismo tiempo elegante escritor y muy serio historiador, don Jesús Sánchez López, este libro se titula “El Castillo de Torija y forma parte como número 48 de la Colección de libros “Tierra de Guadalajara” de la alcarreña editorial AACHE. Además de contar con infinidad de fotografías, planos y grabados antiguos, a lo largo de sus cuatro capítulos ofrece toda la información que pueda imaginarse y buscarse sobre esta fortaleza.

En sus cuatro capítulos se condensa (aunque necesiten 256 páginas para desarrollarse) los siguientes temas: 1. Caminos y Viajeros… 2. Los Templarios. 3. El castillo y sus circunstancias. 4. Guerra y Paz, refiriéndose esto último a las destrucciones sufridas en pasados siglos, y a las reconstrucciones sucesivas, y uso futuro que ha de tener este edificio.

En la historia de Torija se mezclan la leyenda de su inicio a partir de los caballeros templarios, con la certeza histórica de su pertenencia a los Mendoza, a la saga de los Condes de Coruña, durante siglos. Su situación, en el camino real que llevaba a los viajeros desde la meseta inferior a la superior y al valle del Ebro, la hizo siempre un codiciado puesto estratégico, y por lo tanto su posesión provocó luchas entre reinos, grupos y hasta entre administraciones, más recientemente.

Historia de una villa amurallada

Torija estuvo amurallada desde la Edad Media. Un grueso cinturón de murallas formadas de densa mezcla de sillarejo y cal, la defendía por completo, reforzándose por cubos o torreones en esquinas y comedios, y abriéndose en ella al menos dos grandes puertas, la del Sol y la de la Picota, aunque sabemos que hubo algunas otras. En su extremo oriental, se alzaba vigilante del valle y de la villa el castillo. Es muy posible que, en sus orígenes, existiera una simple torre en ese mismo espacio, y de ahí tomara el nombre que hoy usa, el de Torija que devendría de la palabra castellana “torrija” o “torre pequeña”.

La fortaleza y villa amurallada, después de varios siglos de trueques y posesiones de personajes de la Corte, fueron dadas por el Rey al arzobispo Carrillo en premio a su conquista de las manos de los navarros que la tomaron sin razón a mediados del siglo XV.  Ambas cosas, villa y castillo, fueron trocadas con el marqués de Santillana, quien dió al eclesiástico su villa de Alcobendas. Así pasó a la casa de Mendoza, donde en la línea de segundones, permanecería varios siglos. Don Iñigo dejó la villa de Torija en herencia a su (cuarto) hijo don Lorenzo Suárez de Figueroa, a quien el rey Enrique IV dió los títulos de conde de Coruña y vizconde de Torija. Fundó en su hijo don Bernardino de Mendoza un mayorazgo que incluía sus títulos y la villa de Torija y su castillo‑fortaleza. Este comenzó a construir la iglesia parroquial, y todos sus descendientes, a lo largo de varias prolíficas generaciones, se ocuparon en mantener y mejorar a esta su villa preferida.

En el siglo XVI, en 1545 más concretamente, el castillo de Torija sirvió de telón de fondo para la celebración, en el fondo de su valle, del famoso “paso honroso de Torija” que consistió en unas grandes justas y torneos, a la usanza medieval, y en símbolo de defensa de un paso, entre los caballeros de Guadalajara y Torija, todos de la corte del duque del Infantado y del conde de Coruña, y otros muchos caballeros españoles, franceses y portugueses. Se hizo esta fiesta en honor de Francisco I de Francia, y Carlos I de España, que la presenciaron juntos, y duró más de 15 días. El sonido caballeresco y guerrero que el nombre de Torija había levantado durante los siglos de la Edad Media, quedaba con esta fiesta consagrado.
Poco a poco vino a menos la villa, aunque el continuo paso de caravanas, comerciantes, viajeros y emisarios la mantuvo viva; precisamente una parte importante del libro que acaba de presentarse sobre este edificio, nos dice de nombres y calidades de esos viajeros: por aquí pasaron Camilo Borghese, Francisco Spada, Andrea Navagiero y Enrique Cook, entre los antiguos, más Ernest Hemingway y Camilo José Cela, ya en el siglo XX, dejando todos ellos memoria de lo que vieron y sintieron al plantarse ante este coloso de la arquitectura medieval. Pero con los años el castillo fue perdiendo color y prestancia. En 1810, durante la guerra de la Independencia, Juan Martín el Empecinado lo voló en parte para que no pudiera ser utilizado por los franceses. Largos años abandonado y en total ruina, la Dirección General de Bellas Artes acometió su reconstrucción en la década de los años sesenta de este siglo. Hoy luce como uno de los más bellos castillos de la provincia de Guadalajara, y está destinado a servir de importante Centro de Interpretación de los Recursos Turísticos de la provincia alcarreña.

Una visita al castillo de Torija

Se sitúa el castillo de Torija sobre una eminencia rocosa, en el borde de la meseta alcarreña, justo en un lugar en el que se inicia la caída hacia el valle. Es de planta cuadrada, con torreones esquineros de planta circular. Construído todo él con sillarejo trabado muy fuerte, muestra en el comedio de los muros unos garitones apoyados sobre círculos en degradación. Las cortinas laterales se rematan en una airosa cornisa amatacanada, formada por tres niveles de mensuladas arquerías, hueca la más saliente, que sostenía el adarve almenado, del que solo algunos elementos se nos ofrecen hoy a la vista.
También los torreones esquineros ofrecen en parte su cornisa amatacanada, aunque ya desprovistos del almenaje que en su día tuvieron. Algunos ventanales de remate semicircular apare­cen trepanando los severos muros.
La gran Torre del Homenaje es el elemento que concede su sentido más peculiar al castillo torijano. Alzase en el ángulo oriental, como un apéndice de la fortaleza, con la que sólo tiene en común el cubo circular de ese ángulo, a través del cual se penetra en la referida torre. Es de gran altura, muros apenas perforados por escasos vanos, y unos torreoncillos muy delgados adosados en las esquinas, que en las meridionales son apenas garitones apoyados en circulares basamentos volados. Se remata la altura de esta torre con una cornisa amatacanada forma­da también de tres órdenes de arquillos, y sobre élla aparece el adarve del que apenas quedan algunas almenas. Al comedio de sus muros aparecen garitones, y la cornisa también continúa sobre las torrecillas esquineras.

El interior de esta Torre del Homenaje muestra hoy todos sus pisos primitivos. Desde el patio y a través de una estrecha puerta se penetra a la sala baja, comunicada solamente por un orificio cuadrado en su bóveda. Haría de sala de guardia. Al primer piso se accedía desde la altura del adarve. La última sala remata con bóveda muy fuerte, de sillería, en forma de cúpula. Sobre élla asienta la terraza. Una escalera de caracol embutida en el muro comunicaba unos pisos con otros. Hoy esta estructura ha cambiado, y gracias al trabajo del arquitecto Condado, que dirigió la construcción del Museo del libro “Viaje a la Alcarria” en su interior, vemos cómo una cómoda escalera embutida en un cuerpo exterior de metal y cristales, permite la subida al primer piso, desde el que a través de una volada escalera de caracol metálica se va pasando a los sucesivos pisos. El interior del castillo se encuentra hoy totalmente vacío. Tendría primitivamente construcciones adosadas a los muros, dejando un patio central. En este tema de la construcción futura de un espacio museístico en su interior, radica el peligro de trastocar la esencia de su primitiva estructura.

La fortaleza de Torija tenía, y todavía se ven algunos restos, un recinto exterior o barbacana de no excesiva altura, que seguía el mismo trazado que el castillo propiamente dicho. En la parte norte, que da sobre la plaza, al ser más llana y por lo tanto más fácilmente atacable, estaba dotado de un foso por fuera de dicha barbacana. La entrada a la fortaleza se hacía por esta cara norte, atravesando el foso por medio de un puente levadizo que, cayendo desde la entrada del recinto exterior, apoyaba sobre sendos machones de piedra puestos al otro lado de la cava.

El ingreso al interior del castillo no estaba, sin embargo, donde hoy se ve abierta la puerta. La estructura defen­siva de estos elementos guerreros, obligaba a realizar un recorrido por el camino de ronda, y hacer la entrada por otra de las cortinas del mismo. En el caso de Torija, es muy posible que esta entrada estuviera sobre el muro meridional, el que da al valle, donde siempre ha habido una pequeña puerta practicable.

Y ya como un complemento del castillo, y casi totalmente desaparecida, estaba la muralla que rodeaba la villa, de la que hace un estudio novedoso, detenido y brillante, el autor del libro que comento. Una alta cerca de piedra, reforazada a trechos por torreones, abierta por al menos dos grandes puertas, daba a este lugar la categoría de gran villa fuerte de Castilla. Así era Torija un bastión señalada, uno de esos Burgos medievales en los que caminantes y políticos se fijaban a la fuerza, porque tenía la importancia de ser lugar a poseer, a controlar, a tener a favor.


AHC

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