lunes, 29 de agosto de 2016

La gran historia de Atienza

Francisco Layna Serrano: “Historia de la villa de Atienza”. Aache Ediciones. Colección “Obras Completas de Layna Serrano”. Guadalajara, 2004. 526 páginas, numerosas ilustraciones y planos, a color. Encuadernación en tela. Prólogo de Agustín González. PVP: 60 €.

Como en toda la obra reeditada de Layna, se conservan íntegros los textos del polígrafo alcarreño, y muchas de sus fotografías y planos realizados a mano. Pero se pone énfasis en la imagen nueva, con modernas técnicas digitales, de tal modo que el lector y coleccionista se encuentra con el que ya ha sido calificado como el mejor libro de Layna hasta ahora editado. El más grueso, y el que más cantidad de páginas con ilustraciones lleva. Un elemento imprescindible para afianzar el saber enciclopédico y el conocimiento de las raíces históricas, patrimoniales y costumbristas de nuestra provincia.

Una historia

Cuando el viajero se dirige a Atienza, la llegada desde los altos de Cantaperdices le producen siempre un acelerón en la sangre. Porque la vista del burgo, a lo lejos, sobre los anchos campos, elevado sobre el monte, y el castillo coronando la roca gris, a todo el que se para un momento a contemplar esa visión le viene a la boca la misma palabra: “parece un barco” surcando el mar de ocres, de panes, de quejigares ahora amarillentos.
Si hoy nos despierta admiración y emociones, en los siglos pasados, muy antiguos (Atienza tiene una historia de veinte siglos a sus espaldas, quizás más) a los hombres que se acercaban a ese bastión les producía miedo (si eran enemigos9 o confianza( si eran sus vecinos, sus allegados).
El mismo Ruy Díaz de Vivar, El Cid Campeador, tuvo que pasar bajo las murallas de Atienza cuando viajaba de Burgos a Valencia, desterrado. Y al llegar cerca, dijo su cronista que don Rodrigo pasó de largo, pues esa poderosas torres “que moros las han” no le permitían plantearse conquista alguna, por muy valiente que fueran él y los suyos. De esa visita, cierta, confirmada en “El Cantar del Mío Cid” viene hoy la inclusión de Atienza en la Ruta Turística “Camino del Cid”. La que seguimos sin entender es la razón dada para incluir a Atienza en la “Ruta de Don Quijote”, con motivo del Centenario de la edición del famoso libro. Ni Cervantes estuvo en Atienza, ni al Quijote (ente de ficción, por lo demás) le puso nunca en sus caminos.
La historia de Atienza es resumen de la historia de Castilla: sus reyes medievales viven allí, la tienen como una de las joyas de su corona. Alfonso VIII la concedió favores y ayudó a construir sus murallas, su castillo, sus iglesias. Juan II y El Condestable de Luna la conquistaron con dura y larga batalla. Los clérigos numerosísimos que la habitaron la dieron sonoridad de cantos gregorianos. Y los cientos, miles de arrieros que en ella vivieron, la hicieron entre los siglos XII al XV lugar céntrico de Castilla, un emporio de riqueza comercial.
En guerras más modernas tuvo Atienza su valor: En la de la Sucesión, en la de la Independencia (el Empecinado batalló en sus cercanías) y aun en las civiles del Carlismo contra el Liberalismo. En la última Guerra Civil fue menos importante su papel, entre otras cosas porque la guerra del ferrocarril, la perdió Atienza mucho antes. Y eso fue como quedarse descolgada de todos los caminos. De los del progreso y de los de los conflictos bélicos.
Hoy Atienza, bien comunicada, pero siempre lejos, y a trasmano, vive su honrosa y honrada ancianidad, en silencio, y ofreciendo su arte, su maravillosa silueta, sus fiestas únicas. En el libro de Atienza se cuentan todas. Se saborean despacio, y parecen no acabarse nunca.

Un patrimonio

Lo que se guarda entre las murallas de Atienza no tiene nombre ni número. Es inmensa la riqueza que atesora esta villa. A pesar de pérdidas y robos, en tiempos antiguos. Y gracias a las recuperaciones y restauraciones modernas. Una figura excepcional, Agustín González, ha conseguido hacer que ese patrimonio atencino esté siempre latiente, cada vez más limpio, más cuidado, más a la vista, en esos tres museos (San Gil, San Bartolomé, la Trinidad) que ha ido progresivamente abriendo.
El patrimonio de Atienza ofrece, menos arte contemporáneo, de todo: desde los elementos del paleolítico (y más antiguos aún, la colección de fósiles que en San Bartolomé se guarda, algo excepcional y nunca visto) hasta el arte rococó. Pero pasando antes por lo árabe (inscripciones cúficas en Santa María del Rey, lo cual deja al espectador siempre estupefacto, al ver y fotografiar largas parrafadas talladas en caracteres árabes sobre la puerta norte de esa iglesia románica), por lo románico, con su media docena de iglesias plenamente de ese estilo, por lo gótico, con un ábside de San Francisco de líneas puramente británicas, por el Renacimiento, por el barroco más complejo...
Un cúmulo de cientos depiezas, de retablos, de esculturas, de grandes cuadros, de bóvedas, de Calvarios, de relicarios. Es difícil, por no decir imposible, enumerar aquí ni siquiera lo más importante del patrimonio atencino. Solo decir que han hecho falta más de 500 páginas de un libro en tamaño muy grande, para poder incluir la historia y el arte de esta villa, añadida, eso sí, de unas numerosas y sorprendentes fotografías de sus mejores piezas.

Un folclore

En Atienza queda todavía un punto a señalar y disfrutar de él: el del folclore. Porque en sus anales surge la fuerza emotiva de la Caballada. Es singular y fascinante el escrito que en forma de prólogo nos da el arcipreste atencino, don Agustín González.  En él nos revive la emoción de un día, el domingo de Pentecostés. Que se llena de sonidos (los cascos de los caballos ante la casa del Abad) y bailes, cuando le entretienen con jotas a la Virgen de la Estrella, antes de comer el cordero y la lechuga en el reservado de la ermita.
Si Layna fue quien primero describió y analizó, en documentos y ritos, esta Fiesta universal, Santiago Bernal fue quien la plasmó en hermosas fotografías. El libro que ahora aparece tiene además del texto clásico, las imágenes mejores que Bernal guardó, en colores y en el blanco y negro sucinto que es posiblemente en el contraste que mejor se ofrece este encuentro ancestral. Ocho siglos de fiesta, la Caballada de Atienza, vista desde todos los ángulos posibles.

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